Inició la alondra el vuelo. Amaneció la mañana. Saltó del
nido una nube con cintas de colores. Cuando cesó la lluvia, las cintas se
fundieron con los rayos de sol y apareció un luminoso arco iris que, con suave
toque, unió las dos cumbres nevadas con los prados rebosantes de flores.
El rumor del río se confundía con el trino de las
aves y en la lejanía se escuchaba el eco
de una canción que, desde años atrás, cantaban los solitarios pastores
recordando, con sus notas, amores de juventud.
De repente, sin anunciarlo, un rugido brotó del cielo y
negros nubarrones sumieron en la oscuridad el idílico paisaje.
Gruesas gotas chocaban con las cantarinas aguas del
arroyo, cubriendo los cimbreantes juncos de lluvia fresca y cristalina.
Volvieron las aves a cobijarse en sus nidos, desaparecieron
las cintas del arco iris, las montañas se borraron del paisaje y los pastores
silenciaron sus canciones.
Se adelantó la noche, cambiando la acuarela de sonoros colores
por un escenario de sombras y ruidos.
De nuevo, el ciclo de la vida se eternizaba en el valle.
Andrés Tello
Enero 2013
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