Las ramas de
los árboles tapaban el camino. Alan, siguió andando apartándolas con las manos.
Mientras lo hacía pensaba que no había sido buena idea llegar hasta allí. La
humedad del suelo, a causa de la cercanía del manglar y la espesa niebla que empezaba
a descender, tiñéndolo todo de gris, hizo sentir su cuerpo empapado. Volvió a
pensar que había sido una locura internarse en aquel terreno tan peligroso
cerca de los pantanos, pero ahora tampoco quería volverse atrás. Todo había
comenzado unas horas antes, cuando conoció a Loretta.
Por la mañana
había tomado el avión que le llevaría a Nueva Orleans. El director del
periódico donde trabajaba le enviaba a
la ciudad sureña para que escribiera un artículo sobre la noche de Halloween,
que allí se celebraba.
Sus
compañeros de la redacción se rieron de él, porque consideraban que, al ser el
más joven de la plantilla, el jefe le gastaba una novatada, puesto que
consideraban aquel trabajo idóneo para un principiante.
A su lado, en
el avión, se sentó una señora bastante mayor, elegante, que en su modo de
hablar no podía negar su origen del sur.
Durante los
primeros momentos del viaje no conversaron, pero cuando el vuelo se estabilizó,
la señora comenzó a preguntar a Alan sobre cosas sin importancia, hasta
terminar preguntando por el motivo de su viaje a Nueva Orleans. El joven
contestó a todas las preguntas de la señora, fascinado por la elegancia de sus
maneras y su forma de hablar.
A la dama le
llegó el turno de contar su propia vida. Sus abuelos habían tenido esclavos en
la plantación que poseían cerca de los pantanos y ofreció a Alan la posibilidad
de visitarla. Allí, tendría ocasión de poder escribir sus historias de
Halloween, sobre muertos vivientes y ceremonias de vudú, que aún se practicaban
clandestinamente. Le entregó su tarjeta con la dirección de la plantación y
momentos antes del aterrizaje se levantó del asiento para ir al lavabo.
Alan, no
volvió a verla durante el corto trayecto que quedaba y se extrañó cuando a la llegada al aeropuerto Louis Armstrong,
de Nueva Orleans, la señora aún no había aparecido y tampoco la vio entre los
pasajeros que descendieron del aparato.
Alquiló un
coche para ir a la ciudad y según llegaba se sintió trasladado a la vorágine
que se vivía en sus calles. La muchedumbre que transitaba por ellas estaba
compuesta de personas disfrazadas. Había vampiros, fantasmas, Frankenstein, verdugos
con sus hachas chorreando sangre, zombies moviendo sus cuerpos pausadamente…….
Abriéndose
camino con el coche entre aquella multitud, llegó a su hotel, próximo a Bourbon
Street. Recogió la llave y subió a su habitación, mientras ascendía en el
ascensor, no pudo reprimir una sonrisa al recordar al recepcionista del hotel
que le había atendido. Un hombre rechoncho, disfrazado de esqueleto, en el que
las costillas parecían querer reventar a causa de la barriga del individuo.
Descansó un
rato en la habitación y bajó a la cafetería a tomar algo. Después se puso a
repasar un periódico, sentado en un sillón del vestíbulo. Casi de noche, salió
a la calle, donde el estruendo era total. La gente gritaba, unos emitían
gruñidos de animales y otros aturdían con sus lamentos y ruido de cadenas que
arrastraban. Además, pequeñas bandas de músicos tocaban sus instrumentos a cada
paso, arremolinando a la paseantes que les escuchaba.
Alan, comenzó
a andar si rumbo fijo, observando lo que ocurría para poder plasmarlo en su
artículo. Mientras caminaba entre el tumulto le vino a la cabeza el recuerdo de
la enigmática señora del avión, que había desaparecido misteriosamente. Sin
darse cuenta, metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y encontró la tarjeta
que le había entregado, leyó su contenido:
LORETTA
GRANIER - Plantación PETITE MAISON - Manglar BAYOU
Siguió
caminado durante un rato entre la gente que inundaba la calle y al final tomó
una decisión, iría a visitar a su extraña compañera de viaje. Después de todo,
se interesaba por su salud y le había dicho que allí encontraría tema para su
artículo. Tomó el coche del garaje del hotel y consultó en el mapa que había en
su interior. Localizó en el mismo, el Manglar Bayou y hacia allí se dirigió.
La noche era
gris a causa de la niebla y a unos cuarenta kilómetros de la ciudad pudo ver el
cartel que anunciaba la desviación al Manglar. Aparcó el coche en el borde de la
carretera y andando, se dirigió al camino señalado.
Después de
los primeros metros, el camino se hacía más intransitable. Las ramas de los
árboles se enganchaban en su ropa y parecían querer sujetarle para que no continuara.
Deseaba seguir, a pesar de que los ruidos de la noche le causaban más de un
sobresalto. Las ranas, croaban en el cercano pantano, pequeñas ratas y ratones
corrían entre sus pies, el graznido de las aves nocturnas sobresalían por
encima de los demás ruidos y el aleteo de algún insecto sonaba cerca de sus
oídos. También se escuchaba el chapoteo de los caimanes al sumergirse en las
pantanosas aguas.
El joven se
detuvo un momento y pensó si debería volverse al coche, pero en ese momento
notó, que algunos metros por delante de él, algo luminoso se movía. Intentó
seguir hasta la aparición, pero al empezar a andar, algo le sujetaba por su
camisa y no le dejaba avanzar. Mantuvo la calma y tronchó la rama que le había
sujetado. La figura luminosa iba tomando forma humana según avanzaba hacia
ella. Cuando estuvo cerca, tragó saliva, porque no le parecía verdad lo que
veía. Delante de él, apareció la silueta etérea de una mujer, vestida con una
túnica blanca. Aunque ya era noche cerrada, la mujer resplandecía como si un
rayo la estuviera iluminando. Inmóvil por la aparición, Alan sentía como sus
piernas temblaban ante aquel espectáculo, pero se armó de valor y siguió
adelante. Después de todo le habían enviado allí para escribir algo sobre la
noche de Halloween y aquello era más de lo que él esperaba.
Después de
andar un rato iluminando el camino con
la linterna que había cogido del coche, observó que nunca llegaba a
alcanzar a la extraña figura. Momentos después, la mujer paró delante de unos
restos de verja de hierro oxidado y retorcido, a cuyos lados había, lo que
deberían ser las columnas que sujetaban las puertas de la plantación. Enfocó la
linterna hacia un trozo de madera que había en el suelo, donde podía leerse
Petite Maison.
Ahora la
figura, que había dejado de moverse, se puso en marcha otra vez. Resuelto a
hacer frente a lo que pudiera venir a continuación, siguió la estela de la
mujer hasta dentro de la plantación, pero lo que pudo ver fueron las ruinas de
una grandiosa mansión colonial que hacía muchos años debió se esplendorosa.
La extraña
figura volvió a pararse y el joven avanzó hacia ella. Sin darse cuenta, tropezó
con la raíz de un árbol, que le hizo caer al suelo, escapándose la linterna de
su mano. Levantando del suelo la cabeza, miró hacia donde la linterna lanzaba
su luz y vio la imagen de la mujer apoyada sobre una losa, sonreía y Alan, alucinado,
creyó reconocer en
sus facciones, a su vecina de viaje. En la lápida donde ella se apoyaba, pudo
leer:
LORETTA GRANIER – Noche de Halloween
– 1870.
Fuera de sí, en
las entrañas de la noche, sintió sobre su cabeza el ulular de un búho, hasta
escuchar los chillidos de una pequeña ave, atrapada entre las potentes garras
de la rapaz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario