sábado, 1 de diciembre de 2018

GLOSA 12




Me enamoré de la noche
cabalgando en una estrella
entre todas, la más bella
que de luz, es un derroche.
Sin hacer ningún reproche,
cuando llegó la mañana,
al sonido de campana
de mi sueño desperté,
entonces me levanté
pero de muy mala gana.

Observaba el horizonte,
que aparecía a lo lejos,
eran las olas espejos,
viajeras sin pasaporte.
Chocando van contra el monte
cuando a tierra se acercaban
y con su espuma regaban
las dunas de arenas finas
que como bravas sabinas
al dios del viento aclamaban.

Al terminar la mañana
el cielo se encapotó
y la tormenta explotó
inundando  mi ventana.
Cual tañido de campana
iban sonando los truenos       
que como duros barrenos
los oídos perforaban               
y los rayos alumbraban         
como flechas de luz llenos. 

   
La tormenta ya amainaba,
desaparecen las nubes,
aclaraba por las cumbres
y el cielo se despejaba.
De nuevo el mar me mostraba
su color azul verdoso,
un revoltijo precioso
de las olas que jugaban
y entre espuma se abrazaban
bajo el sol  maravilloso.













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