sábado, 12 de junio de 2010

MARIELVA

A través de los cristales de las ventanas del colegio, la niña veía como empezaba a disiparse la niebla que, durante toda la mañana, había envuelto el pequeño pueblo de la costa gallega. Marielva, a sus ocho años, permanecía sentada en su pupitre mientras buscaba con la mirada lo que veía todas las mañanas. Su perro Toxo era el primero en saltar de la embarcación de su padre, cuando volvía de faenar en el mar. El animalito corría hasta el edificio de la escuela del pueblo y allí miraba con sus redondos ojos hasta que encontraba la cara de la niña pegada a los cristales. Ésta le sonreía y él meneaba alegre su cola y enderezaba las orejas. Allí se quedaba hasta que sonaba el timbre del colegio anunciando el fin de las clases. Después, los dos juntos corrían alegres y contentos, parecía como si Toxo quisiera contar a la pequeña todo lo que había ocurrido durante la dura jornada de trabajo en el mar. A veces, Marielva se reía porque Toxo venía a buscarla completamente empapado, seguramente una ola inoportuna había querido jugar con él.
Al llegar a casa, después de dar un beso a su madre, Marielva entraba despacio a la habitación donde su padre, tras faenar durante toda la noche, dormía un rato. La niña, se acercaba sigilosamente y le acariciaba la barbilla. Le gustaba tocarle la barba sin afeitar de varios días y después le daba un beso para sentir el suave cosquilleo en su mejilla. Luego, salía de la habitación tan suavemente como había entrado, si darse cuenta de que su padre la miraba desde la cama con una sonrisa. Él prefería esperar despierto y sentir las caricias de su hija, pero disimulaba para que la niña no dejara de hacerlo.
Aquél día, Toxo no llegó a la escuela a la hora acostumbrada y aunque Marielva le buscó a través de los cristales, no conseguíó verle. Sonó el timbre y todos los chiquillos salieron corriendo hacia sus casas, sin embargo, Marielva aún esperó un rato para ver si su amigo Toxo aparecía. Cuando vio que el animalito no llegaba, se dirigió a su casa creyendo que le encontraría en el camino, pero no fue así. Según se acercaba a su humilde vivienda presintió que algo malo ocurría. Las vecinas y familiares se arremolinaban en la puerta. Algunos se llevaban el pañuelo a los ojos y la pequeña, en su inocencia, comprendió que Toxo, ya no volvería a buscarla y que a su padre nunca más podría acariciarle la barba.


Publicado en la Revista Literaria ORIFLAMA, de diciembre 2004.
Publicado en la revista literaria ORIFLAMA, de diciembre 2004 .

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