CUENTO
PARA NAVIDAD
Declinaba la tarde y las sombras del anochecer se
fundían con los copos de nieve que empezaban a caer sobre el pequeño pueblo. En
sus inmediaciones, una mísera cuadra aún guardaba el calor procedente de los
animales que allí se resguardaban. En el lugar, un buey y una mula se
calentaban con el vaho que aún salía de su boca y nariz.
-
Buena la ha hecho
nuestro amo, dejándonos aquí, con el frío que hace debería habernos llevado al
corral de su casa, donde se estará más calentito - murmuró el buey.
La mula asentía con la cabeza y sus ojos tristes
miraban fijamente al buey.
-
Parece que esta
noche va a ser una de las más frías y nosotros casi a la intemperie, con estos
tejados medio derruidos, por los que entra la nieve que nos dejará helados –
contestó la mula.
Los dos animales después de comentar sus desdichas,
comieron algo de paja que aún quedaba en el pesebre y comenzaron a cerrar los
ojos. Un sueño inesperado empezó a embargarles.
Transcurrido un tiempo, cuando la noche inundaba toda
la cuadra, una potente luz, inundó de pronto, todo el lugar. Asombrados los
animales, despertaron de su letargo y se miraron inquietos.
El buey fue el primero en hablar:
-
¿Qué ha sido eso?
– preguntó asombrado a su compañera.
La mula, asustada no pudo contestar. Aquél resplandor
era inexplicable.
De pronto, en el marco de la puerta, se recortó la
figura de un menudo borriquillo, que iba guiado por un hombre mayor, de larga
barba y vestido muy humildemente. Encima del borrico, una joven mujer, en
avanzado estado de gestación, se sujetaba para no caerse. Los dos animales,
asombrados por tal aparición, quedaron paralizados. El hombre ayudó a apearse a
la joven y ésta, con dificultad, se recostó sobre el pesebre. El borrico se
quedó en la puerta de la cuadra, como si esperara un acontecimiento.
La pareja se acomodó, lo mejor que pudo en el suelo
cubierto de paja.
Según transcurría la noche, los suspiros de la joven
eran más fuertes. De pronto la luz se hizo mucho más intensa y pareció como si
el sol entrara directamente en la cuadra. Los tres animales se miraron
sorprendidos y al poco tiempo escucharon los llantos de un niño. Al momento, se
dieron cuenta que la mujer había alumbrado una criatura, de la que emanaban deslumbrantes
rayos.
El borriquillo miraba embelesado lo que pasaba,
pensando que él había sido protagonista de algo extraordinario. Volviendo su
cabeza hizo intención de salir, cuando la voz del buey interrumpió su marcha.
-
¿Qué haces? ¿No
pensarás marcharte con el frío que hace?.- La mula asentía moviendo su cabeza.
-
Yo ya cumplí mi
misión, ahora vosotros sois los protagonistas y se hablará de vosotros por los
siglos de los siglos. Sin embargo, de mí, un humilde y viejo borrico, nadie se
acordará – el animalito se dirigió a la puerta y miró, por última vez, al
recién nacido. Hasta le pareció que éste le sonreía.
Salió a la fría noche y blancos copos se enredaron en
sus pelos. Observó como hacia la cuadra, se iban acercando humildes pastores,
que en silencio miraban al Niño. Continuó su camino siguiendo el resplandor de
la estela de una estrella, más brillante que las demás. Llevaba un camino
recorrido y ya la nieve cubría su cuerpo, cuando sintió que sus patas se
elevaban del suelo. No sabía que ocurría, estaba tiritando de frío y al
momento, una templaza se apoderó de su cuerpo. Suaves manos le elevaban, cada
vez más arriba hasta depositarle en una nube. Desde allí, dominaba todo el
terreno bajo sus patas y pudo ver como un resplandor salía de la cuadra e
iluminaba toda la tierra de alrededor. Los pastores con sus rebaños seguían en
la puerta y en la lejanía contempló una lujosa caravana, que sobre camellos se
acercaban al Niño recién nacido.
Sonrió el burrito y pensó que en su viaje debía haber
llevado a gente importante. Volvió a sentir las manos que, de nuevo, le
elevaron por encima de las nubes y una solemne voz, le decía:
“Ellos, serán siempre recordados, pero tú vivirás a mi
lado toda la Eternidad”
Andrés Tello – Diciembre 2010
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