Paseando por la Gran Vía de Madrid,
observo los pocos cines que quedan y que aún no se han convertido en teatros, e incluso, en centros comerciales. Recuerdo los
grandes carteles, verdaderas obras de arte, que cubrían las fachadas,
anunciando las superproducciones de Hollywood, con los rostros de los actores y
actrices más famosos del momento.
Entonces me vienen a la memoria aquellos cines de barrio en los que ponían
programas dobles, y al final había un espectáculo de variedades, por lo general
interpretes de la copla. Las familias se reunían los sábados; padres e hijos
con un bocadillo de tortilla de patata o de pimientos fritos iban todos al
cine.
Alguna de estas salas, en verano, tenían
una terraza que abrían por la noche para mitigar el calor de Madrid, y allí, en
el Descanso, ahora Intermedio, entre película y película, los hombres
aprovechaban a pasarse la bota de vino
fresquito con gaseosa, mientras los más pequeños correteaban por entre las
filas de sillas de hierro y un chaval, paseando entre los espectadores con una caja de madera colgada del cuello,
pregonaba: “Hay pipas y caramelos, hay bombón helado”.
Era otra forma de ver cine.
Andrés Tello
Abril 2012
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